Era una margarita de común, como todas las demás. Todas formaban un conjunto vivrante al borde de la carretera. De la noche a la mañana aparecen ahí, de repente, como si algún jardinero desvelado hubiera trabajado toda la noche haciendo margaritas en serie para arcenes de carreteras.
Ni anuncios, ni vayas publicitarias de empresas millonarias lograrían con mayor éxito emitir un mensaje que calara tanto como el de estas simpáticas margaritas de arcén. La publicidad que utiliza la primavera me encanta; es sublime y, además, es gratis.
Ahora, en cualquier carretera, en cualquier parada de gasolinera, una familia se detiene a repostar y a comer unas hamburguesas con patatas precocinadas y cualquier bebida con gas. Antes de volver al coche, la niña se detiene a coger una margarita que deshoja en el asiento trasero del coche. La madre mira por el retrovisor con intención de retocarse la pintura de los labios, y deteniene la mirada en la pequeña que está detrás, deshojando la margarita y musitando algo, casi inaudible...
"me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere..."
La madre sonríe, el padre ni se ha percatado de este maravilloso momento.
Lo cofieso. De pequeña, yo también hice lo mismo...
... Y mientras me distraía observando las margaritas del arcén, una amapola me miraba con recelo pensando, tal vez, que no había reparado en ella.
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