A ciertas horas de la mañana el campo se despoja de sus pudores, dejando al descubierto su más bella desnudez, sólo levemente cubierta por sombras y contrastes húmedos... Todo al alcance de nuestra mano, para observadores intrépidos pero respetuosos. Hay seres que habitan aquí desde hace siglos y son celosos de su intimidad.
El crujir de las ramas bajo mis pies puso en alerta a las pencas de la verita del camino que, amenazantes, me mostraban sus armas, justo cuando los rayos del sol las encandilaban y pude escabullirme.
Una piña que se había despertado me miraba con curiosidad
y una florecilla me dio la espalda al acercarme a ella, todavía no muy segura de mi presencia allí.
Caminé varios kilómetros, mirando al suelo para buscar un reflejo en un charco olvidado,
pero también alzando la vista y sorprendiéndome.
Cuando la soledad es tan intensa que se puede oír descubro que no siempre su canto es triste. Le gusta recostarse en la sombra de un pino proyectada, en el corte de luces y contrastes... por ahí se cuela para lanzar sus letanías.
Caminos mil veces andados, o rodados...
Caminos que valen la pena recorrer descalzos bajo la luna llena de agosto buscando amores furtivos, caminos donde se abre paso la vida a toda costa...
Caminos que no te olvidan nunca y que, cuando se acostumbran a tu presencia en ellos, se dejan mirar, libres ya de todo pudor.
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