jueves, 11 de abril de 2013

Pudor

 
 
 
Hoy la avenida es distinta.
Al bajar del autobús encontré algo inusual en la ordenación habitual de este lugar y, mientras el conductor cerraba la puerta y yo me colgaba mi mochila, me preguntaba qué podía ser. Aparté mi vista del punto del horizonte donde el autobús era ya un puntito y me centré en las filas de palmeras que, a derecha e izquierda, flanquean la calzaba.
Entonces me dí cuenta de ese algo diferente que había llamado mi atención. Habían descortezado las palmeras y, no sé, el panorama general no me gustó. Las sentí a todas, a cada una de ellas, clamar pudorosas su dolor. Me acerqué a una de ellas, justo a la que está en la esquina que enfila hacia mi calle, y posé las yemas de mis dedos sobre su tronco desnudo. Temblé, pensé que de un momento a otro me miraría mis dedos manchados de sangre pues, lo que era tronco y corteza, me pareció en realidad piel y cicatrices.
Las dejé allí, distintas, desnudas, calladas.
 
Entonces pensé, por primera vez en mi vida, en el pudor de la palmera descortezada...
 
 

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